domingo, 6 de mayo de 2012

Un hombre más


 La cama estaba fría (como de costumbre) y la habitación demasiado oscura como para contemplar sus ojos abiertos y el insomnio que le hacía presión sobre la frente, causándole un dolor tan insoportable que había aprendido a vivir con él.

Estaba ahogado por el sino del medio amanecer, en el que la luna no tiene una imagen definida y las estrellas se funden con el cielo que muta mientras las bocas  duermen para que no se sepa el secreto.
Se sentía un autómata, sin otra preocupación más que respirar para poder cumplir  procesos que lo condenaban a ser corpóreo, como el acto impuro de comer y hasta el de defecar. Él era un vómito, el ser de otro ser totalmente imperceptible entre las miles de cabezas en la ciudad, pero totalmente real para su propia dimensión (tan palpable y a la vista).

Odiaba a su insomnio, lo odiaba con cada fibra amarga y maldita de su cuerpo, porque lo obligaba a ver su propia miseria y  realidad, en la que no podía ser humo suave o la música del mar. No. Nunca. Sería otro hombre caído que nace, que llora y que vive de otro, que va a lastimar y será lastimado… otro hombre que sangra por las heridas del tiempo, otro hombre que vive partido.

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